Las horas diurnas tocaban a su fin de aquel 31 de octubre. Empezaba la noche de Halloween, la noche más mágica del año. La esperada fiesta llevaba días flotando en las cabezas de millones de personas en todo el mundo, que daban los últimos retoques a sus monstruosos disfraces.
Meredith estaba frente al espejo, terminándose de maquillar como una vampiresa. Tenía la cara cubierta con una gran capa de polvos blancos, los ojos rodeados por una línea de lápiz negro y unos dientes puntiagudos daban el toque identificativo. Por supuesto, una capa cubría su espalda. Realmente estaba preciosa, con esa larga melena negra como el azabache cayéndole por la espalda.
El timbre de la puerta anunció a sus inquilinos la llegada de visita. Meredith voló por las escaleras, deseando ver a sus amigos, pues sabía que eran ellos. Abrió la puerta y se encontró con una bruja elegante, un esqueleto bastante musculoso y un diablo con cara feliz. Aquel era su grupo, formado por Rosalie, la bruja y su mejor amiga; Marc, el esqueleto; y Sam, el diablo feliz.
-Hola chicos, ¿preparados para la fiesta?- dijo Meredith con dificultad debido a sus colmillos.
-¡Por supuesto! Venga vamonos ya, que la noche se nos va a hacer corta.
-¡Mamá, me voy ya!- gritó la joven girándose hacia la puerta.
-Vale, que te lo pases muy bien- respondió una voz desde el fondo de la casa.
Meredith cerró la puerta y se fue con sus amigos caminando por la acera, riéndose, charlando y cruzándose con gente con todo tipo de disfraces.
Continuará...
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